Allí donde los hombres de Europa se encuentran en lucha o en coexistencia forzosa con la naturaleza, los chinos viven, según la tradición confuciana, en simbiosis, en comunión, y poseen una relación de dependencia mutua. “Nos miramos, el cielo y yo, sin dejarnos”, canta el célebre poeta Li Po, citado por Yue Dai Yun. Y más aún: al leer las numerosas leyendas que aporta esta última, el hombre es, o se convierte, en la propia naturaleza: ¿cuántas jóvenes, dioses o diosas (antaño humanos) se han visto de este modo transformados en colinas y sus lágrimas en torrentes? La montaña, el agua del río, la inmensidad de los mares no son cosas en China, sino realidades vivas que se imponen al hombre y le hablan del tiempo, de la muerte, de lo infranqueable. A partir de entonces, Yue Dai Yun nos dice: hay que «evitar imponerse y, sobre todo, oponerse a la naturaleza para adaptarse a uno mismo”. La naturaleza es en efecto, para muchos chinos, la fuente y no el objeto de la especulación intelectual. Nada como por ejemplo trepar para pensar: “La sucesión de las montañas no tiene límites para los chinos, ya que simboliza la elevación de su espíritu y la ampliación de su pensamiento”. En estos dos textos no buscamos esencialmente la oposición Oriente-Occidente. ¿No se asemeja la veneración china por los relieves elevados, que acabamos de evocar, a nuestra propia tradición, la del Sinaí o del Thabor, sin olvidarnos de la montaña del famoso Sermón? ¿Se encontrarían nuestras místicas opuestas cuando los chinos dicen, según Yue Dai Yun:»Existen montañas más allá de las montañas; hay otro mundo más allá del nuestro?” ¿Tendría China el monopolio de la capacidad de admiración? De la magia de los productos de la naturaleza, que las mujeres Miao acercan a los mercados en otoño, de esos frutos silvestres de un rojo brillante, de estas hojas de palmeras, y que el propio Aristóteles conoció, Anne Sauvagnargues nos dice: “las ideas eran siempre límpidas, llenas de rocas, de animales, de hombres y del cielo estrellado que observamos por la noche, tumbados sobre las terrazas”.
Al leer estos dos textos, tan diferentes, tan literarios, el lector es invitado a interesarse por las visiones heredadas del mundo y de la naturaleza, a menudo, de un pasado lejano... ¿Lejano? ¡No tanto! La historia del “salvamento de la luna”, en la que participó heroicamente Yue Dai Yun en su infancia, nos describe a la perfección cómo los mitos tradicionales impregnan a los hombres y a las mujeres de hoy en día, y quizás les brinden la fuerza para luchar por una naturaleza menos saqueada.
Fecha de publicación: 1999
El encuentro de dos autores, uno francés y otro chino, que tratan, cada uno a su manera, de temas como el sueño, el gusto, la naturaleza, la noche, la muerte, la belleza, etc. Ya se han publicado 13 títulos en los dos idiomas.